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La Gestapo, Stalin y Gran Bretaña

Por Pedro Núñez


Gestapo


La Gestapo y Stalin

En 1937 Reinhard Heydrich, de 33 años, aficionado al violín y al piano (su padre Bruno fue un conocido compositor y director en el Conservatorio de Halle) y expulsado de la Marina de Guerra alemana en 1931 por un asunto con la hija de un superior, había llegado a ser jefe del SD (Sicherheitsdienst, Servicio de Seguridad de las SS) y la Gestapo (Geheime Staatspolizei, Policía Secreta del Estado). Todo un triunfador, vamos. Por aquel entonces Heydrich fue informado por el ex-general zarista Skoblin, un ruso blanco emigrado a París, de que el Mariscal de la Unión Soviética Tujachevsky estaba tramando un plan con altos mandos militares alemanes para derrocar a Stalin.

Reinhard heydrich
Reinhard heydrich
Heydrich era un tipo frío y calculador (quizá por eso se acabó encargando de organizar la "Solución Final", es decir, el exterminio de los judíos europeos; incluso llegó a investigar la ascendencia de Hitler para ver si descubría sangre judía -claro que él mismo sufrió esas investigaciones-), y decidió que de la información proporcionada por Skoblin se podía sacar mucho provecho. Acudió al contralmirante Wilhelm Canaris (hasta 1940 no sería nombrado almirante), jefe del Abwehr, el servicio secreto del Ejército Alemán, para que le pasara información acerca de la colaboración ocurrida durante los años 20 entre los altos estados mayores alemán y soviético. Canaris, que había sido superior de Heydrich en la Marina, parece ser que se llevaba aparentemente bien con él (incluso eran vecinos, y las hijas de Canaris jugaban con los hijos de Heydrich), aunque en realidad ambos eran feroces rivales. En cualquier caso Canaris cada vez soportaba menos a los nazis (cosa que le costaría la vida), así que le despidió de mala manera negándose a sus requerimientos: "En su trato con el Abwehr debe cambiar de táctica: si la Gestapo desea meter sus narices en los asuntos del Ejército debe servirse de sus medios", le dijo.

El límite entre las competencias del Abwehr por una parte y el SD y la Gestapo (es decir, las SS) por otra era sutil; eso, unido a la rivalidad existente entre sus líderes desencadenó una guerra sorda y secreta: Heydrich y Canaris se espiaban mútuamente y utilizaban agentes dobles para pasarse información acerca del otro. A Canaris no le gustaban los nazis, pero las SS le sacaban de quicio; acerca de sus dos máximos dirigentes, de Himmler opinaba que era un simple funcionario, cruel y medio tonto, y a Heydrich le consideraba "la más astuta de las bestias".

Volviendo al asunto, Heydrich decidió llamar entonces a Walter Schellenberg, un joven espía que llegaría muy lejos (nada menos que a dirigir todo el Servicio de Contraespionaje de las SS, el SD-Ausland, y fue una especie de 007 alemán implicado en la captura de agentes británicos, la Operación Cicerón -hay una película de Mankiewicz sobre ella- y demás), y le encargó una investigación con su correspondiente informe acerca del mismo tema que había consultado fallidamente a Canaris. Schellenberg realizó el informe en el que se detallaba cómo efectivamente los militares alemanes se habían saltado el Tratado de Versalles gracias a la URSS, que les permitió construir armamento y entrenarse con tanques y aviones en su territorio; a cambio los alemanes instruían en conocimientos técnicos y tácticos al Ejército Rojo y cedieron algunas patentes a los soviéticos. Heydrich consultó entonces a otro espía, pero veterano, Kurt Jahnke.

Kurt Jahnke era un simple inmigrante alemán en los estados sureños de EE.UU. antes de la 1ª G.M. que vagabundeaba de un lado a otro hasta que ingresó en el servicio estadounidense de emigración como agente de aduanas. Gracias a su trabajo entró en contacto con la gran comunidad china de San Francisco y tuvo noticia de la aflicción de los miembros de dicha comunidad por no poder trasladar los restos mortales de sus seres queridos a su patria, pues las autoridades estadounidenses prohibían la exportación de cadáveres por razones sanitarias. A Jahnke se le ocurrió que si se introducía el ataúd de madera en una caja de cinc herméticamente sellada con las señas puestas hacia Shangai o Hong Kong no habría problema y al poco tiempo estaba cobrando mil dólares por cada chino muerto que devolvía a la tierra de sus antepasados. Con esas actividades logró reunir una importante masa de dinero y además se convirtió en un héroe para los chinos hasta el punto de ser acogido como miembro en una familia de notables, la de Sun-Yat-Sen.

Obviamente la fama de Jahnke llegó hasta el continente asiático y este entró en contacto con personas e instituciones importantes. Como el servicio secreto japonés, por ejemplo, con el que intercambió información. O el alemán, en el que decidió enrolarse imbuido de repente por la llama del patriotismo. Bien instalado en la costa oeste de los EE.UU., durante la 1ª G.M. pasó información desde allí al estado mayor alemán, y además contribuyó en lo que pudo a acrecentar las huelgas portuarias que se dieron por entonces en la zona, entorpeciendo así las partidas de convoyes que salían desde allí transportando material para los Aliados.

En 1937 Jahnke estaba delante del jefe de la Gestapo y el SD, Reinhard Heydrich, que le preguntaba acerca del asunto de Tujachevsky. Heydrich sospechaba que Skoblin podría estar actuando de agente doble y que su intención fuese sacar información para Stalin. Jahnke le contestó que sólo veía dos posibilidades en las que Stalin podía estar implicado: que tuviese intención de crear dudas y sospechas entre las SS y la Wehrmacht para así debilitar a Alemania o que simplemente buscase una excusa para deshacerse de Tujachevsky y sus colaboradores. A Heydrich los razonamientos de Jahnke le resultaron demasiado sutiles, así que decidió mantenerle incomunicado y le arrestó durante tres meses. Sospechaba que pretendía proteger a los posibles miembros del estado mayor alemán implicados en el tema.

Heydrich finalmente decidió confiar en su propia intuición y dio por buena la información de Skoblin. Fue a contarle todo a Hitler. Como no tenía pruebas optó por engañar al Führer presentándole documentos falsos. Y por qué negarlo, la idea de hacer caer sospechas sobre los jefes militares de la Wehrmacht le agradaba. Para dar mayor verosimilitud a su tesis una noche envió a dos grupos especiales a robar en los archivos secretos del Abwehr. Los ladrones de Heydrich ciertamente encontraron documentos acerca de colaboraciones germano-soviéticas e incluso de contactos entre Tujachevsky y oficiales alemanes, pero no se sabe hasta qué punto probaban la información de Skoblin. Al acabar, los ladrones pegaron fuego a los archivos para borrar huellas y escaparon.

Hitler recibió a Heydrich y toda la información que éste le quiso dar. En aquel momento el Führer planeaba extender las fronteras del Reich y sabía que se iba a encontrar con oposición, concretamente de Francia y Gran Bretaña por un lado y de la URSS por el otro. El truco era lograr la pasividad de una de las partes, ¿cuál?.

Partiendo de que la información de Skoblin era cierta, si se ayudaba a Tujachevsky era posible derrocar a Stalin, pero, ¿y si la conspiración fallaba? Si una conspiración con apoyo alemán para derribar a Stalin fracasaba representaría la guerra, y Alemania no estaba en ese momento preparada para algo así. Aunque le hizo dudar la idea de reforzar a Stalin, Hitler finalmente optó por sacrificar al mariscal Tujachevsky; de esa forma se ganaría la neutralidad del dictador soviético mientras él desarrollase sus planes acerca de la suerte de Austria, Checoslovaquia y Polonia, y sobre todo en caso de enfrentamiento con Gran Bretaña y Francia.

Heydrich se puso en contacto con el presidente de Checoslovaquia, Benes, quien escribió una carta personal a Stalin transmitiéndole el deseo del jefe de la Gestapo de pasarle una información de suma importancia. Finalmente Heydrich se entrevistó con su homólogo soviético, el camarada Jezhov, jefe de la GPU (después NKVD y después KGB) en la embajada soviética en Berlín. Lo primero que preguntó Jezhov fue la cantidad que quería cobrar Heydrich por la información (al fin y al cabo estaba tratando con capitalistas); éste no se lo esperaba y quedó perplejo, pero para guardar las formas pidió tres millones de rublos. Jezhov ojeó los documentos, pagó y se los llevó.

El 27 de mayo de 1937 Tujachevsky fue arrestado. El 11 de junio fue ejecutado junto a otros siete altos militares soviéticos acusados de traición. Sin pruebas, como ya hemos visto. Hasta ese momento Stalin llevaba ya años eliminando a supuestos rivales dentro de su patria, pero todavía no había tocado al Ejército Rojo. Desde aquel momento ese aspecto cambió radicalmente. Durante los siguientes cuatro años 35.000 oficiales soviéticos (casi la mitad del total) fueron "purgados", es decir, encarcelados o ejecutados acusados de "traición", y decenas de miles de soldados de tropa también. Fue la Gestapo quien encendió la mecha.

En realidad la Gestapo prendió la mecha de la bomba paranoica de Stalin, que a la larga beneficiaría temporalmente a Alemania pues las purgas estalinistas dejaron al Ejército Rojo sin la flor y la nata de sus mandos. El mismo Tujachevsky, por ejemplo, fue un precursor y experto en el uso moderno de las fuerzas blindadas y apoyó el desarrollo de los carros KV y T-34, que llegarían a encontrarse entre los mejores de la época. Con él la URSS perdió a su Guderian y su ausencia se notaría durante la Operación Barbarroja.

Desde el asunto Tujachevsky, Stalin comenzó a mirar con otros ojos a los nazis y obviamente el terreno quedó allanado para que el III Reich lograra su aquiescencia y colaboración en el pacto germano-soviético de 1939; la URSS y Alemania se repartirían tranquilamente Polonia y las zonas de influencia en Europa, y Molotov felicitaría en nombre del camarada Stalin al Führer del Reich alemán cuando cayese Francia.

Todo cambiaría en junio de 1941, cuando Hitler mostró al mundo cuál era su gran sueño: conquistar Rusia.

Y un último asunto: ¿qué pasó con los tres millones de rublos de Heydrich? Para comprobar su valor, el desconfiado jefe de la Gestapo y el SD envió a un agente a Moscú con un fajo de esos billetes habiéndole encargado simplemente que los gastara allí. En cuanto el agente empezó a gastar fue detenido por la GPU; los billetes estaban marcados. Heydrich ordenó quemar el resto.





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