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esta crisis ha abierto los ojos de muchos países sobre el nivel de dependencia que sus cadenas de suminitro tienen de China. Ello les conducirá con toda seguridad a reexaminar sus estrategias industriales y comerciales cuando finalice la crisis, lo que puede traducirse finalmente en una posible desconexión de inciertos efectos para Pekín. El coronavirus ha iniciado un proceso desglobalizador que obligará a todos los estados e instituciones internacionales a reexaminar sus cimientos económicos. Nadie saldrá indemne del proceso.
No es de extrañar que China esté ya tratando de reaccionar a estos efectos negativos. La campaña de desinformación sobre un posible papel del ejército de EE.UU. en la diseminación del coronavirus en Wuhan, así como la enérgica y muy mediática respuesta con ayuda material y sanitaria a Italia y España, están detrás del interés chino en limpiar su imagen ante el mundo. Más allá de su aparente generosidad e indudable capacidad de movilización de recursos, nunca debemos olvidar que el gigante asiático siempre actúa con un propósito y lo ejecuta con la firmeza propia del régimen autoritario que es. En este sentido, habrá que estar también muy alerta de la posible toma de control económico de empresas estratégicas europeas, muy debilitadas por la crisis del coronavirus, por parte de compañías chinas bajo la férrea batuta política de su gobierno.
El dominio del espacio geoeconómico y político global está en juego. China no está dispuesta a perder un terreno que le ha costado décadas conquistar, pero la irrupción no planificada del coronavirus puede haber trastocado seriamente sus planes. El tiempo, ese juez implacable, nos lo dirá.
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